jueves, 3 de noviembre de 2011

6º Relato Corto - La Reina de la Belleza por Beatriz Peña

Creo que éste es el relato que más me ha gustado de todos los que llevo leídos hasta ahora. No sabría explicarlo pero me ha tocado el corazón, porque quizás veo el reflejo de lo que fue mi vida antes del cáncer y como es 6 meses después. ¿Quién eres? últimamente me hago, con demasiada frecuencia, esa pregunta cada vez que me encuentro frente a unos ojos vacios, sin brillo detrás del espejo.  No paro de repetirme, "yo no era así", dónde está mi alegría, por qué voy con el freno de mano echado a todas partes.

Tengo la sensación de que he perdido luz, que no consigo entrar en calor. Ésto me pasa desde hace un par de meses y no sé si es normal. Debería de estar comiendome la vida, sin tiempo para elegir el menú y sin embargo no siento nada, estoy bloqueada.  ¿me estará pasando factura todas las emociones reprimidas? ¿esas ansias de estar bien, de aparentar estar bien? 



La Reina de la Belleza
por Beatriz Peña


Lo tenía todo, pero no sabía que algún día repentinamente podía perderlo. Ni siquiera le daba importancia cuando se miraba al espejo. Había nacido con demasiados dones y estaba tan acostumbrada a que la llamaran guapa que incluso llegaba a molestarla. Odiaba los piropos, eran esa constante incómoda a la que nunca sabía qué responder. ¡Qué guapa! “Sí, claro, qué guapa y lo demás qué... No soy un trozo de carne con ojos”, pensaba ella. También llamaba la atención su esponjosa y abundante melena. —¡Qué cantidad de pelo y qué largo…! —decían sus amigas. —Sí, me crece mucho”—contestaba con resignación.
También se le llegaba a hacer pesado tener tanto pelo. Estaba más cómoda con el cabello corto, muy corto. En una ocasión se pasó la maquinilla al uno, mucho antes que Sinead O’Connor lo pusiera de moda. Estaba tan segura de su enorme atractivo que se empeñaba en intentar boicotear esa poderosa belleza que la tenía un tanto atormentada, demasiado expuesta ante los ojos de los demás. Sentía sus miradas clavarse y detenerse en ella. Más de una vez cuando observaba a desconocidos mirándola fijamente les sostenía la mirada con valentía e indignación hasta ver cuándo acababa la invasión visual. Resultaba muy violento.
Sin proponérselo había tenido que huir de plúmbeos admiradores a causa de esa belleza imposible de esconder que la comprometía. Le asustaba provocar esas pasiones y tener que declinar proposiciones de todo tipo y a muchos tipos diferentes. Un éxito que no merecía y tampoco sabía cómo manejar. ¡Precioso y complicado don el de la juventud y la belleza! Un combinado fuerte que acaba gustando. Llegó a acostumbrarse a las lindezas justo cuando ya había otro tren calentando motores hacia otro destino que la llevaría con la aceleración de una locomotora a tumbarse en el quirófano y cumplir con el diagnóstico que iba a cercenar de raíz parte de esa belleza regalada y que un maligno tumor le iba a robar. Un golpe seco, directo al centro de su escote, produjo un cambio de vía y de dirección en su viaje. Próxima parada: mastectomía por cáncer de mama.
Su mirada azul se congeló del susto, la melena se perdió bajo la almohada y la luz del rostro huyó del espejo del baño. Con un seno desinflado hay que recomponer la belleza de la vida y la tuya propia. Durante el tratamiento la suavidad de la piel se tornó en sequedad y aspereza. Hasta las uñas de los dedos de los pies y las manos se volvieron frágiles y quebradizas.
Pero ella quería seguir como siempre, sin acaparar miradas, ahora de extrañeza. No podía presentarse así, con esa pinta, ante sus amigos y familiares porque su nueva imagen era bastante más radical que cualquier look por el que hubiera pasado en sus mejores años. A simple vista, cualquiera podría adivinar que estaba enferma de cáncer y siguiendo un cruel tratamiento de quimioterapia con sus evidentes secuelas: cara de espectro, calva de lama tibetano, piel color acelga y unas cuantas cicatrices mentales que habían nublado su rostro, cariacontecido y desvaído, preso de una nueva mímica facial.
Decidió fingir que no era una radiografía, que seguía siendo ella, la misma de siempre y así nadie advertiría el cambio. Una imagen tiene tanto poder… Empezó a maquillarse como jamás lo había hecho, seleccionando unos tonos tan bronceados que conseguían hacerle buena cara. Delineaba sus despobladas cejas con precisión puntillista y animaba mejillas y labios con sonrojada naturalidad artificial.
Y coronando su rapado forzoso: una peluca pelirroja; el tocado profesional para el camuflaje total. De cabello natural, pero un casco que cuando el calor, ese calor interno de la medicación, se aliaba con el sol, complicaba sus sudorosas apariciones en público. Poco a poco empezó a sustituir el postizo capilar por gorras y coloridos pañuelos algo más livianos.
Superó la prueba de ir a calva descubierta por pura comodidad. “¡Qué más da!” dijo un día. La gente seguirá mirando. Pero, esta vez, los motivos eran radicalmente diferentes. Ella misma había visto a otras mujeres que estaban culminando el tratamiento y mostraban con valentía su cabeza descubierta con pelo incipiente, como un transformista al final del espectáculo enseña al mundo su verdadera condición, paciente en tratamiento de quimioterapia. Eso le ayudó mucho a salir de debajo de aquella moderna peluca y dejarla en el armario definitivamente.
Se animaba enseguida, no quería mirar el lado oscuro ni escarbar feos rincones. Veía belleza por todas partes y si no la pintaba en mandalas multicolores.
En un ataque más de optimismo, pensó que algún día todas las enfermas de cáncer de mama irían sin peluca y con su pecho desinflado como valientes amazonas1, con el cuello erguido y un porte elegante, sin haber perdido las ganas de seguir luchando y mostrar así su verdadera belleza al mundo. Sin dolor, sin pudor, sin miedo, tal y como son de verdad, incluso en su peor momento.
Demasiadas fantasías, pensó. El mundo aún no está preparado para este tipo de belleza real. Tendría que seguir viviendo pegada a una prótesis de látex que ocultara esa bonita cicatriz que dibujaba un escote asimétrico e impar.
¿Por qué no podía ser ella como esas estatuas mutiladas por mil batallas que había en los museos de medio mundo? Decididamente la mutilación de uno de sus senos había roto su equilibrio físico y mental. Era una muñeca rota que necesitaba reconstruirse de nuevo. Necesitaba un buen cirujano estético que diera volumen y forma a su teta perdida en la batalla. Otra operación con anestesia total. ¿Cómo se sentiría al despertar de ese sueño inducido? ¿Podría recuperar en el quirófano todo lo que había perdido con su cáncer de mama? ¿Realmente sólo buscaba una talla de sujetador: 90 copa B? Sólo eso, lo demás que había perdido le había venido bien y no quería recuperarlo: narcisismo, vanidad, soberbia, orgullo, altanería, egoísmo, falta de sensibilidad, complejo de superioridad, desdén.
Por otra parte había desarrollado sentimientos que no tenía antes y que sabía no iba a perder tan fácilmente. Aprendió con paciencia a ver la verdadera belleza de los demás y la suya propia. Antes no tenía ni idea. Por fin, ahora su belleza era más serena y agradecida con el mundo.


1Mujer cazadora y guerrera descendiente del dios de la guerra Ares que, según la leyenda, se amputaba el seno derecho para facilitar el manejo del arco: las amazonas se autogobernaban y no aceptaban la intervención de hombre alguno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario