jueves, 28 de octubre de 2010

Cuentos de hadas

Ayer tuve uno de esos días malos en los que la tristeza me invade, la realidad de la enfermedad se hace insoportable y los días de tratamiento parecen interminables. Por desgracia a lo largo del proceso hay muchos días así y lo mejor que puedes hacer es llorar y sacarlo todo fuera. 

En estos momentos de bajón es cuando más se agradece la presencia de tu familia y amigos. Por fortuna esos pilares no me han faltado, ni me faltarán porque hay cosas que unen para toda la vida.  

No me quiero ir por las ramas, como os decía ayer tuve un mal día. Pero como casi siempre que tengo un mal día y habló con Ana (la mujer más sabía de la Alcarria) encuentro el consuelo en sus palabras.  Ayer Ana me hizo un regalo muy bonito, me contó un cuento. Gracias a ese cuento hoy he ido a mi sesión de quimio con el corazón algo más ligero y aunque sigo teniendo la mirada triste, ahora sé que "esto también pasará"

Gracias por ser mi amiga.


EL ANILLO

Sobre la colina de un lejano reino se hallaba un castillo de cúpulas doradas, donde el Rey ejercía su labor y administraba la comarca. Poseía fama de justo y se le reconocía tanta generosidad como grandeza. Sin embargo, todos sabían que tenía un secreto: el rey padecía de una profunda tristeza, porque no lograba poseer la llave de la paz perfecta.
Su reino, a lo largo de los años, o bien sufría grandes sequías o disfrutaba de generosas cosechas. Y aunque el rey sabía y conocía este cíclico vaivén, no podía evitar la amargura de las sequías ni la exaltación de las riquezas. Debido a ello, el Monarca mantenía en el fondo de su corazón una obstinada búsqueda: la búsqueda de la estabilidad perfecta.
Un día de sol, mientras los mercaderes ofrecían animosamente las sedas traídas desde tierras lejanas por largas caravanas de camellos, estalló de pronto el afilado sonido de las trompetas reales, que acalló súbitamente el vocerío. El rey se disponía a pronunciar la declaración más importante de su vida, y para tan fausto motivo convocaba a todos aquellos embajadores y viajeros... que tuvieran oídos para oír.


Tras 144 amaneceres, los emisarios del reino, desplegando sus pergaminos, leyeron solemnemente:
"Su majestad, el rey, invita a todo su pueblo a construir un anillo para el dedo real; no obstante, éste será un anillo tan especial que deberá poseer en su misma forma aquello que haga precisamente recordar a su portador la moderación en los tiempos de poder y grandeza, así como la confianza y la esperanza en los tiempos de escasez y nieblas espesas. De esta forma, su majestad alcanzará un equilibrio tal, que está dispuesto a ceder a cambio la totalidad de su reino".
Tras esta proclama, redoblaron los tambores y sonaron las doce trompetas de plata y los mil clarines de oro. Las gentes allí reunidas creían estar soñando..., ¡todo su reino! ¡Qué valioso debía ser algo semejante!
Los mensajeros, partiendo a galope por los ocho senderos de la rosa de los vientos, despertaban a su paso el genio creador de magos y artistas dispuestos a buscar las claves que podían recordar a su majestad la Ley del Supremo Equilibrio.
Pasó el tiempo, mientras diferentes orfebres presentaban esperanzados al rey cada uno de los anillos mágicos por ellos realizados, de manera que el Monarca pudiera probar el alcance de su virtud. Pero nadie conseguía aportar a su Majestad el recordatorio que necesitaba para ese columpiar continuo entre la abundancia y la sequía.
Un día, se presentó en la corte un caminante con porte de guerrero, alma de sacerdote y palabra de mago. Un extranjero que sabía silbar de tal forma, que los ecos de su silbido llegaban hasta los confines de todos los rincones del reino. Pronto se supo que el llegado portaba el anillo que solicitaba su majestad. Las puertas del Palacio se abrieron para ser presentado ante el rey.
Sus silbidos resonaban por entre las vidrieras de las torres de aquel castillo. Se diría que estaba llegando el que sentaría su rango y sabiduría en el trono, aunque..., todo dependería de la eficacia de aquel anillo.
"Majestad"- dijo el recién llegado -, "he construido el anillo que podréis mirar en los momentos de máxima intensidad, tanto de pena como de gloria y que, sin duda, os ayudará a recordar lo que deseáis. Tomad", dijo, entregando su obra.
El rey tomó el pequeño objeto envuelto en terciopelo púrpura y lo observó con curiosidad, no exenta de cierta desconfianza. Al contemplarlo, su rostro se iluminó y sonrió complacido. Súbitamente, se vio envuelto en un bienaventurado resplandor y exclamó sereno a todos los presentes:
"El rey ha encontrado la clave que estaba buscando. El rey ha comprendido el secreto de las eternas mutaciones. El rey cede su reino visible, porque está preparado para emprender el Camino sin sentirse afectado por los vaivenes y ciclos del mismo".
Todos estaban intrigados acerca de aquel mágico anillo que había hechizado al rey; ¿qué tendrá ese extraño aro que logra recordar a su majestad lo que tanto ha necesitado para superar los dolores y las alegrías de su reino?

El Rey, mostrándolo finalmente a los presentes, dijo: "Como veis, es un anillo aparentemente como todos; sin embargo, en su interior figura una escondida inscripción que lo hace único y mágico".
"¿Cuál es?", preguntaron inquietos los presentes.
"Muy simple", dijo el rey: "El anillo tiene grabadas tres palabras tan cargadas de significado que ya nunca podré olvidar cuando leguen buenas o malas nuevas. Estas tres palabras son:"

ESTO TAMBIÉN PASARÁ

No hay comentarios:

Publicar un comentario